Este pasado jueves se inauguró la siguiente edicion de la mundialmente reconocida Feria de Arte Superfine! Regresó a San Francisco en el Centro Fort Mason para las Artes y la Cultura. Superfine expandió su presencia a lo largo y ancho de Estados Unidos para reunir a más de 60 artistas locales e internacionales, colectivos y galerías. Para este evento, fui representado por galería de arte Teravarna y tres de mis obras estuvieron exhibidas y disponibles para su compra.
El surrealismo siempre ha sido reconocido por distorsionar la realidad para crear imágenes que se acercan al subconsciente. Las obras resultantes a menudo presentan fragmentos de cierto realismo con contradicciones que resultan ilógicas.
Cuando distorsiono figuras humanas y otros elementos, no lo hago con el propósito de crear algo macabro. Prefiero equilibrarme entre lo reconocible y lo misterioso, creando una atmósfera que se asemeje a una adivinanza sin respuesta. Me parece interesante que, en un sueño, una transformación increíble de algo reconocible puede despertarnos. Nos damos cuenta de que algo es tan ilógico que nuestro cuerpo se rinde y nos devuelve al mundo consciente. Sin embargo, en el arte surrealista, es como si se pusiera el sueño en pausa, dándonos el tiempo para apreciar el mundo que cada uno lleva dentro de su cabeza.
A menudo me han preguntado acerca de la licuefacción de formas en mi obra. Además de la obvia influencia de Salvador Dalí, creo que derretir formas abstractas y cuerpos humanos me brinda la oportunidad de representar esos cambios dentro de nuestra vida. Por ejemplo, nuestras emociones pueden cambiar conforme reaccionamos al mundo exterior, o podemos olvidar recuerdos importantes, o volvernos personas completamente diferentes a través del tiempo y la experiencia.
Debido a nuestras limitaciones humanas, ni siquiera somos narradores fidedignos de nuestras propias historias. Constantemente filtramos pensamientos y nos moldeamos a nuestra audiencia. Además tenemos nuestro propio panteón de principios y opiniones que sesgan la curaduría de nuestras ideas. Eso es lo que me atrae al surrealismo, que desnuda al ente humano y lo coloca frente a su subconsciente, sin darle la opción de filtrar ideas, ni la opción de despertar del sueño.
Cuando exploramos el mundo del arte digital, a menudo nos encontramos con desafíos únicos, tanto en el proceso de creación como en el mercado. Una característica distintiva de obras como la pintura digital, la fotografía y la fotomanipulación es su falta de presencia física; estas creaciones suelen quedarse en el ámbito de las pantallas y los píxeles. Esta particularidad a veces conduce a malentendidos y subestimaciones de su valor artístico.
En cierta ocasión, estaba platicando con alguien sobre una de mis obras digitales que planeaba imprimir para su venta. Esta persona sugirió que debería fijar un precio significativamente más bajo en comparación con otras piezas de medios tradicionales. Su argumento se basaba en que, al no ser una obra única, debería venderse al mismo costo que una reproducción de una obra en medios tradicionales, como si fuera una foto de una pintura.
El arte digital no es más ni menos válido que cualquier otra forma de expresión artística; es simplemente otro medio. Las impresiones giclée son mucho más que simples réplicas cuando se trata de arte digital, ya que, aunque la falta de presencia física no disminuye el valor de una obra, una impresión giclée puede ser la única representación física de una obra digital. Son un medio a través del cual llevamos estas creaciones al mundo tangible, y su valor es igual de legítimo que el de cualquier medio tradicional.
Y si bien las tiradas de impresiones limitadas pueden mantener el valor coleccionable de una obra, más allá del medio utilizado, lo que a mi realmente me importa es la historia detrás de cada obra, la técnica, la creatividad y la visión del artista.